viernes, 18 de abril de 2014

Hasta siempre, Compañero Gabriel García Márquez

Por Iciar Recalde
(Colombia, 6 de marzo de 1927 – México, 17 de abril de 2014)
“Mis narraciones expresan una realidad que no es la del papel, sino que vive con nosotros y determina cada instante de nuestras incontables muertes cotidianas, y que sustenta un manantial de creación insaciable, pleno de desdicha y de belleza, del cual este colombiano errante y nostálgico no es más que una cifra más señalada por la suerte de Latinoamérica.” Gabriel García Márquez

Hay sentencias de comienzos que duran para toda la vida. “Por aquí  anda Bolívar”, sentenció el abuelo al niño García Márquez mientras colgaba un retrato del Libertador. “Este es el hombre más grande que ha nacido en la  historia.” Marcada a fuego quedó en el niño que se hizo hombre y partió hace unas horas al cielo de los Patriotas de Nuestra América. Se fue uno de los más grandes escritores que dio el Continente en el último Siglo. Porque Gabriel García Márquez fue, sin lugar a dudas, quien supo dar a la Literatura latinoamericana un espejo donde mirarse y reconocerse, apartándose de todos los patrones auto denigratorios que negaron históricamente una Cultura con rasgos propios para someteremos a la copia constante de lo foráneo. Protagonista medular del denominado de manera bastante errante como “boom” de la Literatura latinoamericana en las décadas de 1960 y 1970, coadyuvó a enriquecer y revitalizar una de las vertientes del realismo de más larga data en estas latitudes, lo que los críticos etiquetaron con la fórmula del realismo mágico: una manera de combinar elementos narrativos -realidad, fantasía y localismo- que existía desde hacía 500 años, ya con las cartas que desde las Indias, Américo Vespuccio le enviaba a su patrón, Lorenzo de Medici, editadas con el título de Mundus Novus.
La hojarasca (1955), El coronel no tiene quien le escriba (1961), Los funerales de la Mamá Grande (1962), Relatos de un náufrago (1970), El otoño del patriarca (1975), Crónica de una muerte anunciada (1981), El amor en los tiempos del cólera (1985), El General en su laberinto (1989), alguno de sus relatos ejemplares como el Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo, Un señor muy viejo con unas alas enormes y, sobre todo, ese texto trabajado hasta la última coma, deslumbrante y uno de los centros de la escritura del Continente, Cien años de soledad (1967), forman parte de su enorme legado.  ¿Cómo olvidar “La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada” que narra el devenir de una joven de 14 años obligada a la prostitución por su propia abuela? “Las cosas siguen así –leemos que le dice su abuela–, me habrías pagado la deuda dentro de ocho años, siete meses y once días.” Y de inmediato agrega: “Claro que todo esto es sin contar el sueldo y la comida de los indios, y otros gastos menores.” Eréndira jamás podrá saldar esa deuda: una metáfora de la trágica historia del vínculo entre los países latinoamericanos y el Imperialismo. Demás está decir que no es necesario señalar quién es la abuela.
Como parte de una generación de escritores consustanciados con sus Pueblos, García Márquez fue capaz de pronunciarse a favor de las luchas de Liberación Nacional en el debate público, y fue capaz de incorporar a la literatura por medio de una aguda sensibilidad, el proceso social y político que vivían los verdaderos actores de las transformaciones profundas de su Colombia y del Continente. La historia de los nadies, de los sin voz, de los que una y otra vez sublevarían los subsuelos de nuestras Patrias, marginados por la tradición liberal de las letras latinoamericanas. Ese interés vertebra textos que intentan captar los rasgos del mundo caribeño, pero además, que se esmeran por plasmar una identidad cultural latinoamericana.

Sabemos que los grandes hombres nunca mueren: la lucha por la Liberación Nacional y por la Justicia Social los inmortalizan: García Márquez seguirá entre nosotros en sus libros y en su lucha que es la nuestra. Vivirá en los Pueblos del Sur a través de esa Macondo que es Latinoamérica, signada a combatir sin cuartel  la soledad de los tiempos del cólera que son los nuestros: los de la construcción de la Patria Grande que quiso ese Bolívar grabado en la memoria del niño que se fue: “La solidaridad con nuestros sueños no nos haría sentir menos solos, mientras no se concrete con actos de respaldo legítimo a los Pueblos que asuman la ilusión de tener una vida propia en el reparto del mundo. América Latina no quiere ni tiene por qué ser un alfil sin albedrío, ni tiene nada de quimérico que sus designios de Independencia y originalidad se conviertan en una aspiración occidental. (…) ¿Por qué pensar que la justicia social que los europeos de avanzada tratan de imponer en sus países no puede ser también un objetivo latinoamericano con métodos distintos en condiciones diferentes? No: la violencia y el dolor desmesurados de nuestra historia son el resultado de injusticias seculares y amarguras sin cuento. (…) Este es, amigos, el tamaño de nuestra soledad. Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida.”

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